El niño que da sus primeros pasos por sí mismo conquista una nueva
perspectiva de la vida, qué duda cabe.
Andar lleva aparejada la posibilidad de decidir: ahora sí que puede
elegir alejarse o acercarse de mamá y dónde quiere ir. Vuelven a cambiar
las reglas de las relaciones que mantiene con el adulto: se siente más
dueño de su vida y a veces los padres confunden esto con rechazo hacia ellos:
nada más lejos de la realidad.
Uno de sus juegos favoritos en esta época es el de alejarse y
acercarse, también en la versión ser atrapado o en la de esconderse. En el
fondo todos estos juegos simbolizan lo mismo: está descubriendo, ensayando,
probando la independencia. Es importante que pueda explorar esa idea con
seguridad, sin que los padres le transmitan que hay algo malo en ello. Porque
una vez la explore volverá a su regazo esperando ser reconfortado.
¡Papá no tengas miedo!
En esta etapa los padres empiezan a ver más peligros: hay cosas que
dejan de estar bajo su control. Sin embargo deben colocar el miedo en su justo
lugar: “Si ante cada logro ponemos cara de susto, se retraerá en la adquisición
de sus competencias, pensará que lo que hace es peligroso o que nos hace
sufrir.
Mostrar temor ante cada nuevo aprendizaje queda grabado en su piel
y entiende que aprender es algo con lo que hay que tener cuidado. Eso
explica, en una edad más avanzada, por qué ante un problema de matemáticas dos niños que
no tienen ni idea responden de forma diferente: uno ni lo intenta y otro sí,
sin miedo a no saber o fallar”, afirma Josefina Sánchez, profesora titular en
la Universidad de La Laguna y coordinadora de su servicio de Psicomotricidad.
Con 18 meses, "Yo solito"
Conforme domina caminar, cómo no, busca nuevos retos: correr,
trepar y saltar. Son habilidades que refuerzan enormemente su sentido de
identidad: parece haber descubierto definitivamente que es alguien diferente a
sus padres.
Trepa todo lo que puede y se siente tan alto como el adulto. Salta, se
separa del suelo y vuelve a caer, seguro. El cambio es tan grande como si, tras
muchos intentos infructuosos, un día despegáramos durante una carrera y descubriéramos
que podemos volar: ¡qué poder!
Empieza a tomar conciencia de su identidad, y ya hacia el final del segundo
año empieza con el "Yo solo" y el "No": traslada al lenguaje el
deseo de autonomía, una autonomía real porque su cuerpo se la permite.
Hay que negociar
"Es una etapa que te desespera, pero es fundamental: se está
preparando para definir su autonomía, lo que quiere más adelante. Pero como es
difícil saber lo que quiere, se centra en lo que no quiere, que es una
manera mucho más fácil de diferenciarse y hacer valer su criterio", apunta
Josefina Sánchez.
"Es momento de negociar y a veces también frustrar, porque todo no
puede ser. Hemos de tener en el punto de mira que es importante que nuestro hijo pueda
tolerar las frustraciones, pero también es estupendo que nos pueda decir
que no".
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